13.10.08

La Gran Odisea - o como llegar a Phnom Penh sin morir en el Intento -

El VIP bus que compré en Vientiane con destino a Pakse, ciudad ubicada al sur de Laos utilizada más que nada como escala obligada a Camboya, salió de la improvisada estación puntual y semi vacío. Inesperadamente cumplió con el schedule y bien tempranito arribamos a la polvorienta ciudad sureña. Hasta acá todo perfecto, ya habíamos hecho mitad del tramo y no había pasado absolutamente ná.

Pero todas las grandes historias cuentan con un “pero…” y es aquí donde ciertamente comienza este particular relato.

Un tuk-tuk nos iba a estar esperando para llevarnos a una agencia dentro de Pakse y desde ahí tomar un bus hasta Camboya. Éste no llegó nunca. Eran las seis de la mañana y a las siete salía el otro. “No problem”, la agencia quedaba a diez minutos caminando y con la silenciosa compañía de una malaya que no hablaba inglés nos acercamos caminando.

El bus a Camboya no salía sino hasta las ocho y media, chequeamos un poco los mails y desayunamos frugalmente - una taza de té y un poco de fruta. Finalmente la mini-van se hizo presente y con un grupo heterogéneo de mochileros nos pusimos en camino. De los seis o siete que estábamos en la van, el único que seguía ruta hasta Camboya era yo, los demás seguían camino dentro de Laos: visitar un par de pueblos flotantes, aldeas, cosas de hippies.

Inocentemente creí que iba a ser el último en bajarme pero no fue así. Unas tres o cuatro horas más tarde la van frenó su marcha. Me hicieron bajar en el medio de la nada para esperar una moto que me alcanzaría hasta la frontera, y ahí otra van me estaría esperando para llevarme a Phnom Penh, capital Camboyana. Un chasco, me dije para adentro. Pero me la banqué, otra no me quedaba.


Sentado sobre la mochila y mirando a la nada misma empecé a especular con las distintas alternativas que el paisaje desolado me brindaba para pasar la noche. Una inmensa llanura densamente vegetada se abría trescientos sesenta grados a mí alrededor. El cielo abierto cubierto por violentas nubes parecía que estaba a punto de estallar. La carretera asfaltada rompía sinuosa entre las infinitas extensiones del campo.

Habrían pasado unos treinta minutos cuando a lo lejos empecé a escuchar el seco ronquido de un ciclomotor acercándose. Me puse de pie y me apoyé sobre las puntas. Mi vista no falla nunca y lo que creí ver era lo que tanto deseaba. No me habían dejado tirado por ahí. Todos los temores se vieron disipados cuando el pequeño jinete oriental apareció doblando la curva de esa parte de la carretera. Nunca me sentí tan contento. Había empezado a llover bastante fuerte - Maldita lluvia - me dije para adentro. Sin mucho ademán me senté detrás del conductor y partimos diligentemente hacia el sur a la frontera. Media hora más tarde y pasado por agua creí haber dado por concluida mi estadía en Laos. No había ninguna van, o bus, tuk tuk, moto ni nada esperándome.

En la frontera me recibió un individuo con la bueno noticia del paradero de la van a Camboya. Según esta persona se habían cansado de esperar y se largaron dejándome atrás.

Para que se den una idea, la frontera no era más que una tienda cubierta con hojas de bambú atendida por tres policías en sandalias con la camisa abierta mostrando el ombligo y una barrera de madera podrida colgada a media altura a punto de desmoronarse. Gallinas y perros vagabundos correteaban por ahí, y un restó callejero que concentraba la mayor densidad de personas en un radio de cincuenta kilómetros cuadrados. Éste se especializaba en un sólo plato: arroz con cerdo. Las pocas personas que pasaban por ahí lo hacían libremente, iban y venían agachando sus cabezas al momento de cruzar la barrera, sin importarles el berreta puesto militar.

Respirando hondamente y bajando un cambio le pregunté a este individuo en un muy buen tono cual era la solución al problema planteado. “Ahora viene a buscarte un taxi para llevarte a Camboya, a un pueblo a cincuenta kilómetros de la frontera donde vas a pasar la noche y salir para Phnom-Penh la mañana siguiente”. Perfecto, otra cosa no podía hacer. Le pregunté quién iba a pagar el hostal porque evidentemente no había sido mi culpa que el resto de los muchachos me hayan dejado atrás. “La agencia no se hace cargo de las comidas y la habitación, sólo el transporte”.

Exploté.

En un acto totalmente natural me desprendí de las dos mochilas y las dejé caer al piso. Con una mano le saqué el teléfono y con la otra lo empujé hacia atrás. El camboyano no seguía la regla minimalista de los hombres Asiáticos: éste me sacaba por lo menos una cabeza y debía pesar diez o quince kilos más que yo.

El paisano se quedó mirándome, sin comprender, estupefacto. Saqué el número de la agencia y llamé. No había señal.

El individuo, volviendo a la realidad, se me tiró encima y apretando de mi brazo con muchísima fuerza trató de recuperar lo que era suyo. No lo logró. En ese punto una banda de curiosos creó un círculo alrededor nuestro. Parecía un escenario escolar. Campesinos aburridos sin otra cosa para hacer que dejar a sus mujeres cargar con el stock de turno.

Preparándome para una nueva embestida guardé con gran rapidez su teléfono en el bolsillo externo de mi bermuda. Mi intuición me jugó una buena pasada. Rápido de piernas, el representante de la agencia de turismo se puso a un brazo de distancia y lanzó un cross de derecha que mis reflejos lograron contener. Automáticamente reaccioné con un derechazo en sus riñones. En ese momento no pensaba en otra cosa, solo podía sentir mi corazón bombear rápidamente.

Nunca me había encontrado en un mano a mano, más allá de los roces naturales que ocurren en un partido de rugby, producto de la sola fricción del juego. Con esa desventaja no faltó el momento para recibir una buena. Llegó, y sin pedir permiso retumbó sobre el costado derecho de mi cara. Entonces la pelea dejó de ser profesional para transformarse en un remolino de patadas y puñetazos. Si bien esos segundos se sintieron eternos, no dudo que hayamos estado mariconeando no más de treinta o cuarenta segundos cuando los buenos espectadores decidieron dar por concluido el espectáculo.

No soy un tipo violento, si calentón, pero no me gusta que jodan con mi bolsillo, sobre todo cuando pago sesenta dólares por un servicio y ando corto de tiempo para recorrer un país. De esta manera perdía un día vital. La guita no era el problema, el tiempo sí. Cuando estás recorriendo un continente inmenso el tiempo vale más que el oro. La plata va y viene, los kilómetros se recorren paso a paso, no te los regala nadie.

Puteándolo en cuatro idiomas y agarrado por tres pequeños camboyanos logré calmarme. Al otro se lo habían llevado veinte metros para atrás, enrojecido de ira. Sin pensarlo y mirándolo a los ojos saqué su celular de mi bermuda y volví a marcar el número de la agencia. No había caso, no signal. Revoleé el teléfono y me subí al taxi que ya estaba esperándome. La policía bien gracias, dormidos sobre hamacas paraguayas no creo que se hayan enterado de esta disputa internacional.

Pagué los veinte dólares para la visa de Camboya y media hora más tarde estaba haciendo el check in en el hostal propuesto por la agencia. Con tranquilidad hablé con la agencia e inteligentemente decidieron hacerse cargo del hospedaje, pero la comida correría por mi cuenta.

A las siete de la mañana del día siguiente salió el bus a Phnom-Penh. Colmado de gente, con banquitos de plástico en el pasillo para acomodar la sobre venta. A las cinco estaba estipulada la llegada, pero “T.I.A” (this is Asia), los tiempos corren a su manera y a la gente parece no importarle. No se quejan! Lo dan todo por sentado! Ahora, no se si me reacción fue la correcta o no, pero estoy seguro que la agencia la próxima vez se la va a pensar dos veces antes de mandar al muere a un pobre diablo.

A las diez de la noche nos bajamos del autobús, cinco horas de retraso que a esa altura del partido parecía algo común y silvestre. Tuk-tuk y al hostal. Fuck you motherfuker!

Welcome to Cambodia!

3 comments:

Anonymous said...

hola! Me "devorè" todo este ultimo tramo! Las fotos de los templos... bellìsimas! Y què adrenalina con tu discusiòn en la frontera.... Pero lo resolviste! Què lìo cuando uno no se puede comunicar bien x idiomas diferentes...
Su`

Anonymous said...

nano... me preocupa mucho que de repente te puedan pasar estas cosas.... solo contá hasta 100 si hace falta... pero no reacciones nunca más así...!! el saber que estás bien me mantuvo hasta el final del relato... pero me quería matar!!
por lo demás...como siempre increibles fotos y los relatos de los lugares...
calma bebu, por lo menos hasta qu e llegues a lugares dodne todos te entiendan, y nosotros te podamos ubicar, jajaja!!
te amo, cuidate mucho ! estoy reorgullosa de vos por como podés arreglarte por el mundo , no siempre tan amigable como uno desearía..
besos millones
mami

latinoamericaneando said...

Ostia puta que movida no?!?!?!?

La verdad es que hay que tener cuidado, que hay sitios donde no sabes que consecuecias te va a traer un mal pronto ... por suerte este no paso a mayores.

En fin espero que a partir de ahora todo vaya más "suave".

En diciembre cuando tus pasos te traigan hasta la un poquito más "civilizada" Barcelona ya nos cuentas con más detalle.

Un abrazo y hasta pronto.

José.

PD - Yo de este último post no he podido ver ninguna imagen. Donde creo que podrían estar aparece el siguiente mensaje:

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PPD - No se si vero todavía está contigo pero si es así mándale un beso enorme de nuestra parte