13.10.08

Cambodia - Stung Treng


Sin lugar a dudas entré a Camboya por la puerta trasera. El viaje desde Laos había sido de lo peor en mucho tiempo y sin planearlo tuve que pasar una noche en un pequeño pueblo fronterizo. Al ser un punto cuasi importante para los desamparados mochileros que quieren llegar a Laos, un sólo Guest-House monopoliza el pernocte de todos los foráneos. El resto, si los hay, no tienen la licencia correspondiente para hospedarnos.

Como se darán cuenta Stung Treng no cuenta con muchas cosas para hacer, me pasé toda la tarde en la terraza del hotel escribiendo la Moleskin y leyendo un rato. No había nadie más hospedándose así que las horas se hicieron bastante largas. Almorcé una hamburguesa con papas fritas, huevo y queso. Tomé un par de cervezas, por acá sólo aceptan dólares.

A la tarde noche empezó a llover bestialmente y en un par de horas la carretera principal se encontró inundada de pé a pá. No había mucho por hacer, menos mojarme al cuete sin tener un rumbo en vista. El tiempo a pasar dentro del hotel no prometía una gran diversión. La conexión a Internet era insoportablemente lenta, quizás sea el mal acostumbramiento a las populares bandas anchas, pero ésta no ayudaba ni un poco.

A relajarse. El matar el tiempo no daba para más, me pegué una buena ducha de agua fría y me fui a dormir.

Me levanté al alba, más despierto que nunca. El bus salía a las nueve de la mañana. Desayuné un poco de fruta y té. El bus venía lleno, habían puesto unos asientos de plástico a lo largo de todo el pasillo para ocupar la sobre venta. Mucho ruido, muchos gritos y muchas nueces. El viaje no se presumía para nada sencillo.

Llegamos a Phnom-Penh de noche, seis horas más tarde de lo pensado. En las afueras de la ciudad nos vimos atrapados en un grandioso embotellamiento. No bastó con compartir unas fotos acostados sobre los techos de las camionetas con algunos de los locales. No bastó tampoco almorzar en una casita que improvisó una suerte de restaurant para quienes nos encontrábamos sin salida en el atasco. Demasiadas cosas habían pasado estos últimos dos días. Y casi todas no precisamente buenas.

La ciudad no me brindó una primera impresión agradable. Muy oscura, muy sucia y muy apagada. El hotel que había elegido tampoco inspiraba confianza. A dar por culo. Caminé unas cuadras a la redonda buscando donde cenar. Encontré una suerte de mercado abierto lleno de puestitos de comidas. La plaza estaba vacía, era demasiado tarde. Cené un arroz salteado con cerdo y salsa de soya. Estaba bueno.

Me fui a dormir caliente, no sabía por qué, quizás había perdido demasiado tiempo. Y en menos de una semana me estaría encontrando con mi hermana. Era consciente que no le iba a dedicar el tiempo necesario a Camboya. Borrón y cuenta nueva. A empezar de nuevo, quién dijo que viajar por Asia iba a ser siempre sencillo?

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