El monasterio seguia atento todos sus movimientos, inmovil, sin querer perder detalle alguno de lo sucedido. La entrada al templo se les antojo unica, por lo menos para uno de nuestros caminantes que pisaba por primera vez un templo budista, el otro, con un poco mas de experiencia lo disfrutaba de la misma manera, convencido de la imposibilidad de encontrar uno igual al otro, siendo la experiencia unica en cada uno de ellos.
El templo se erguia orgulloso sobre ellos, y como guinandoles un ojo los invitaba a pasar. Dentro de sus entranas, y dorado como las finas duras doradas de un desierto infinito, un buda con ocho extremidades se robaba la atencion de toda una sala muy particular, donde el mas minimo detalle no dejaba de figurar. Pequenos tambores de plata rodeaban al buda, figuras pintadas coloreaban las paredes de la sala que permanecia iluminada solo por unas velas, la gente con divina religiosidad rendia tributo solemnemente.
Nuestros protagonistas seguian todo lo sucedido y tanquilamente dejaban canalizar toda esa energia que se metia sin pedir permiso dentro de ellos. Al salir del monasterio se encontraron distintos, como sumergidos dentro de una poderosa vibra que la sentian propia, convencidos de haber encontrado una parte que creian haber perdido.
Y asi, caminando en linea recta fueron dejandolo todo atras, sumergiendose en una ciudad que volvia a despertar, entregando a nuestros caminantes al anonimato total.
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