La ciudad de Alor Star no entra en ningún itinerario de viaje. No hay mucho para hacer y tampoco mucho por ver. Generalmente es una ciudad que algunos turistas usan como escala para conseguir buen transporte para la súper turística Tailandia.
Pero por suerte para mí, Hazril, un gran amigo malayo que conocí en Dublín hace cinco años currando en un Irish pub vive en esa ciudad, recién vuelto a Malasia después de vivir casi seis años en la capital irlandesa. El loco ya me estaba esperando en la estación una vez que crucé la frontera desde Tailandia. La última vez que lo había visto había sido en Dublín un par de semanas antes de salir de viaje.
Me llevó a conocer la casa donde solía vivir con sus padres y cinco hermanos. Tomamos un te rahti, un te con leche condensada espectacular que no precisa de azúcar, y nos pusimos un poco al día. En realidad no había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos habíamos visto. Antes de emprender este viaje, Hazril estaba recién con los preparativos de su retorno.
De noche pasamos por un take away local y seguimos camino rumbo a la casa de los suegros donde vive con Nadia, su mujer y Hanna, la beba de siete meses que no paró de sonreír un segundo. Viven en una mansión de dos plantas, diez habitaciones, dos cocinas y una media docena de coches duermen todas las noches en el garage. Con ellos, se reparten las habitaciones los padres de Nadia, las tres hermanas con sus maridos, la abuela y un tío un tanto excéntrico. Una semana más tarde tuve la suerte de conocer a los padres de Nadia, me llevaron a cenar a un restó muy exclusivo, los tipos súper humildes y muy agradables con un montón de historias para contar.
De noche pasamos por un take away local y seguimos camino rumbo a la casa de los suegros donde vive con Nadia, su mujer y Hanna, la beba de siete meses que no paró de sonreír un segundo. Viven en una mansión de dos plantas, diez habitaciones, dos cocinas y una media docena de coches duermen todas las noches en el garage. Con ellos, se reparten las habitaciones los padres de Nadia, las tres hermanas con sus maridos, la abuela y un tío un tanto excéntrico. Una semana más tarde tuve la suerte de conocer a los padres de Nadia, me llevaron a cenar a un restó muy exclusivo, los tipos súper humildes y muy agradables con un montón de historias para contar.
Al día siguiente nos levantamos temprano porque Hazril tenía que hacer unas changas para el negocio de muebles del suegro. Desayunamos un te rahti y una porción de naan bread completo con huevo con una suave salsa de curry en un restó rutero indio. En el negocio me tocó laburar a mí también, cargando muebles que después fuimos entregando a otra familia de guita de la zona. Al mediodía ya habíamos liberado y nos fuimos a almorzar los cuatro y después a dar una vuelta.
Hazril me presentó a sus amigos, dejamos a Nadia y a la beba en la casa y nos metimos por un camino que irrumpía en la selva para terminar dentro de un campo de naranjos y duraznos. Tomamos una bebida hecha a base de hojas de no se qué árbol que supuestamente te pega un buen colocón. Como ellos son musulmanes y no suelen tomar alcohol les pegó un poco, si bien yo le dí un par de buenos tragos a mi poco y nada, lo único que me dejó fue un sabor amargo en la boca. Cenamos por ahí y volvimos a la casa a apoliyar. Como era de esperar me dieron una de las habitaciones: una cama super king size, un baño con jacuzzi, aire acondicionado y tv con cable. Qué felicidad! Cuánto lujo!
A la mañana siguiente nos levantamos temprano para ir a Penang, una de las islas más importantes de Malasia.
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